Matías Ferreira: el barrio, los viajes y el nacimiento de su primera película






Desde las entrañas de la ciudad de Córdoba, en el barrio Empalme, Matías Ferreira comenzó a escribir su camino sin imaginar que su destino profesional estaría ligado al cine.
En una nueva edición de Perfiles Urbanos, el creador de la película Una casa con dos perros dialogó con NOVA a pocos días del estreno el 29 de mayo en Gaumont, Buenos Aires, siendo junio la fecha para Córdoba y agosto el resto del país.
“Mis primeras expectativas con el inminente estreno son que genere diálogos, que circule y que provoque debates sobre el cuidado de las infancias y la necesidad de no romantizar el hogar familiar. También me interesa que en Córdoba la vean personas que estuvieron muy cercanas al proceso y que todavía no pudieron ver nada”, comentó.
Rebobinando su historia personal, aclaró: “Me acerqué de grande al arte, porque siempre me había sentido atraído por las historietas o la danza. A mediados del secundario me cambié al colegio Garzón Agulla, en barrio General Paz, porque quería ser biólogo y tenía la especialidad de Ciencias Naturales, pero también de Arte. Terminé eligiendo esa opción. Luego me anoté en un taller extracurricular de cine y, de a poco, me fui dando cuenta de que la pantalla grande reunía muchas cosas que había estado aprendiendo informalmente en mi vida, como la danza, las artes plásticas o la literatura. Además, tenía una facilidad para recordar diálogos, como todavía me recuerda mi madre, Gladys: desde muy chico le repetía el guion de Cinema Paradiso”.
Al explicar el contexto en el que creció y que también está presente en su película, Matías agregó: “Fui niño en la crisis de los noventa al 2000 y mi único acercamiento al cine era a través de las películas que pasaban por la televisión por cable. No había otra cultura cinematográfica que me acercara en casa. De aquella película que fue la primera que me atrapó, siento que esa conexión se dio por la amistad entre ese señor dueño del cine y el niño que terminó abriéndole la puerta a ese mundo mágico”.
Comenzando a hablar de lleno sobre Una casa con dos perros, argumentó: “Me interesa rescatar —y es tal vez un paralelismo con aquella película clásica— la mirada de la infancia sobre la vida y el crecimiento en el seno familiar. Pero también hay otras películas que me han marcado y que he revisado más de una vez como un trabajo introductorio a la dirección de esta peli”.
Al ser consultado sobre su primer trabajo profesional, que abrió un camino impensado, Mati comentó: “Antuan fue una locura que salió muy bien. Fue mi primera experiencia de producción, que conseguimos gracias a ganar un concurso de Pakapaka durante la primera presidencia de Cristina. Era una serie de stop motion que relacionaba a los niños con la filosofía, con ese espíritu de hacerse preguntas para abrir el juego, porque no hay una mirada única. Pensamos a los niños como sujetos de derecho, junto con un área de la Universidad Nacional de Córdoba que se llama ‘Filosofar con niños’. Esa experiencia me dio la posibilidad de darme cuenta de que lo que más me atraía era escribir guiones y pensar productos visuales. Fueron 44 minutos en seis meses de stop motion”.
Ese trascendental trabajo profesional se llevó a cabo en 2013, cuando Matías Ferreira cumplió el rol de guionista. Esa experiencia también le sirvió para darse cuenta de que su espíritu creativo iba más allá de la animación, y así comenzó el largo y difícil proceso —como lo es para cualquier primera película independiente— de intentar hacer realidad Una casa con dos perros.
“La primera iniciativa surgió desde la experiencia personal y la ilusión, porque mi primer pensamiento fue hacer solo un guion, no toda la película. Hubo cuadernos con miles de anotaciones donde comencé a unir lo que venía trabajando, como la infancia y la familia, pero también sumé lo que creo que muchos niños sensibles experimentan: que, a veces, el lugar familiar no es un lugar seguro”.
La familia de Matías está conformada por su madre, Gladys, su hermano mellizo Ezequiel, Aranza, el más chico Maximiliano y su padre Eduardo.
Sobre el puntapié inicial del argumento de su película, fundamentó con claridad: “No surgió como un retrato de mi familia, pero sí como una reflexión sobre el desamparo afectivo e institucional producto de la crisis estatal y social de aquella época, que se replicaba en muchas casas de Córdoba y de Argentina”.
Luego agregó: “Recién a mediados de 2017 comencé a creer y a trabajar en aquel guion como mi primera película. Apliqué para una beca en la prestigiosa Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde, por ejemplo, dan clases directores de renombre como Steven Spielberg. En ese momento solo tenía el conflicto central del largometraje. Luego, al volver, hice un taller con Inés Barrionuevo. Ella mostró interés en el argumento ya armado y se convirtió en la productora asociada”.
Pero, aunque parezca que lo más importante del camino ya estaba resuelto, en aquel momento todavía faltaba lo indispensable: el financiamiento para producir una película desde el cine independiente argentino.
Sobre el inicio de la relación con la productora, recordó: “Lo primero que hicimos fue la creación del dossier, que sería como el libro completo de la película. Con eso llevamos el producto armado a laboratorios de cine, que son fundamentales para darle prestigio a una primera película. Recién allí pudimos ir a buscar el financiamiento necesario para hacer un largometraje, que a veces implica cientos de millones de pesos”.
Poniendo una daga oratoria en el centro del proceso creativo, Matías fluyó en una reflexión: “Tuve un sueño muy específico —no suelo recordarlos—, pero ese día me desperté y había soñado que seis personas venían a mi casa. En teoría los conocía, pero no sabía de dónde. Comenzaban a suceder cosas: con uno tuve relaciones sexuales, a otro le cociné, y luego, en el living, uno de ellos me pidió ayuda, diciéndome que tenía que apoyarlos para resolver cosas, porque ellos eran otros yo de distintos tiempos o espacios. Todos hacían un reclamo, menos uno, un niño que se quedó en silencio en un rincón. Yo me sentí identificado con él. Las ideas que sobrevolaban en ese momento me sirvieron para la película, y tenían que ver con ese niño, la desconfianza, el miedo o el terror hacia determinadas situaciones”.
Profundizando sus sentidos creativos, reveló la escena del comienzo de su película: “Con mi familia, cuando volvíamos de las sierras, yo tenía la sensación de que lo único que me separaba del peligro de la ruta —mirando por la ventana— era la finitud del vidrio. También sobrevuela todo el tiempo en el largometraje la idea, frecuente en aquella época, de que nuestros padres subían al perro al auto y lo abandonaban en las afueras de la ciudad”.
La sensibilidad de Matías Ferreira le otorga un poder creativo difícil de lograr para quien vive con mayor frialdad. Ha logrado transformar el dolor y cada una de sus experiencias en un mensaje que visibiliza una problemática que, aunque la película esté centrada en otra época, sigue plenamente vigente.
Con respecto al primer estreno, declaró: “Fue en Francia, en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse. Nos invitaron y ganamos el premio de la crítica internacional. Es muy importante para la aceptación de la película. Luego, a fines del mes pasado, participamos del concurso de cine independiente en Buenos Aires (Bafici), donde sentí que Una casa con dos perros logra, mediante su mensaje, abrir caminos por sí sola. Y eso, para mí, es mucho más importante que los premios”.
Cerca del cierre de una nueva edición de Perfiles Urbanos, Mati recordó el rodaje: “Entre todos pudimos crear una atmósfera de trabajo donde la creatividad y el compromiso sobrevolaban el aire. Había mucha sensibilidad en el set. Más allá de las condiciones duras —no solo muchas horas de rodaje, sino también el calor sofocante en una terraza, por ejemplo—, las escenas transpiraban lo que nosotros sentíamos. Al hablar sobre nuestro producto visual y la familia, todos tenían algo para debatir y aportar”.
El flamante director se animó a responder qué es la vida: “Una gran oportunidad de vivir aprendizajes. Esta experiencia humana nos toca de la manera más intensa posible. En mi caso, también la relaciono con las casualidades infinitas, y a veces, con el caos”.
Al finalizar esta intensa historia de vida, Matías Ferreira describió cómo se vincula con el mundo espiritual: “Con una fuerte conexión con nuestro interior y la posibilidad de generar puentes con otros seres humanos, incluso con otras formas de vida, que nos llevan a un camino de reflexión y nos traen al presente nuestra propia finitud temporal”.